viernes, 13 de mayo de 2011

Fernán Silva Valdés

                                  El copete del cardenal

En un árbol había un nido de pájaros con cinco pichones.
Los pájaros dueños del nido eran de tamaño más bien grande, de lomo gris, pecho blanco y copete marrón
Estos habían dicho a sus hijuelos que de madrugada, al despertarse, no se asomaran al borde del nido, pues como era el principio de la primavera, hacía frío aún y se podían enfermar.
Recién tenían permiso para asomarse al balcón del nido, cuando el sol ya estaba alto y empezaba a calentar.
Pero los pichones eran muy curiosos, querían verlo todo y, especialmente, querían ver el nacimiento  del sol.
Así fue que una mañanita, desoyendo la advertencia de sus padres, cuando ya había la suficiente claridad para distinguir las cosas, se asomaron al espacio por el borde del nido en momentos en que salía el sol por el oriente, y lo miraron un rato, llenos de asombro y de alegría al ver un espectáculo tan hermoso.
Entonces el sol, enterado en ese mismo instante de la travesura de los pajaritos, satisfecho, y puede ser que un poquito vanidoso al ver que el espectáculo de su belleza era tan verdadero y hermoso que hasta unos simples pichones de pájaro lo comprendían y admiraban, les mandó un rayo de de luz derechito a las cabezas, tiniéndoles los copetes oscuros del rojo más vivo, pagándoles así, con un poco de belleza, su ingenua admiración.
Andando el tiempo, los hombres les dieron a esos pájaros el nombre de cardenales.


                                                                                      Fernán Silva Valdés

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